Apreciado amigo y amiga que recibes estas líneas:
Soy un sacerdote católico, feliz de vivir, porque cuento en mi vida con el amor del Padre Dios, quien en su Hijo Jesucristo ha regalado a mí y al mundo un Salvador, que es como tener una Luz orientadora para saber dónde llegar, un Fuerte Cimiento para construir con seguridad, un Amigo Fiel con el que nunca me siento solo y desamparado.
Quise escribir esta carta para compartir, primeramente, la dicha que es tener a Jesucristo en la vida, dicha que deseo también tengas. Si crees en el Hijo de Dios siéntete muy afortunado (a), es un gran regalo, cuídalo y aprovéchalo; si no crees, te invito a abrir el corazón, pues en este mundo no podremos encontrar la respuesta a los más variados interrogantes que nos asedian: ¿Quién soy?¿para qué vivo? ¿valgo para alguien?¿qué viene después de la muerte?¿qué será de mi en el futuro?, etc.
Tal vez ni siquiera te has hecho estas preguntas; pero sabes, son importantes y no las van a contestar ni la droga en sus más variadas formas, ni el alcohol, ni la rumba estridente, ni la persona más querida, ni el sexo ‘polifacético’, ni la barra de amigos, ni el encerramiento en el egoísmo, ni la rebeldía, ni la pereza, ni la moda, ni tantas otras cosas que, en muchos casos, están destruyendo la vida de las más recientes generaciones.
Te preguntarás por qué me meto en tu vida, que tú sabrás cómo la vives; que quién soy yo para decirte algo, pues ni te conozco… Tienes toda la razón; pero es mi tarea y es el serio trabajo que Jesucristo me pidió y por el que he decidido permanecer siempre con Él.
Tal vez te rías, diciendo que son sólo palabras, te doy de nuevo la razón, pues varios amigos sacerdotes se han equivocado bastante y han hecho y hacen mucho daño con obras y palabras, sólo es ver la propaganda que hacen las noticias y los chismes de barrio. Sin embargo, también quiero decirte, y este es el segundo motivo de esta carta, que hay sacerdotes muy buenos, la gran mayoría, en los que puedes encontrar una mano amiga para que te ayude a encontrar con Jesús.
Jesús mismo quiso que nosotros los sacerdotes existiéramos, sin Él, lo que hacemos no vale la pena y es una mentira; Él deseó que algunos estuvieran mucho más tiempo con Él para que muchísimas personas (hombres y mujeres) lo tengan siempre a Él y esto se hace realidad cuando celebramos la Eucaristía, cuando se perdonan los pecados, cuando se bendice, cuando se predica la Palabra de Dios, cuando se consuela a los enfermos, cuando se corrigen los errores, etc.
Te pido perdón si algún sacerdote llegó a ofenderte, pero te invito a que cuentes con nosotros, no dudes en buscar un buen consejo o compartir tus dudas, pues seguramente encontrarás una mano amiga.
‘Joven, a ti te digo, levántate’, busca a Jesucristo y Él te dará vida feliz, vida que nada ni nadie te puede quitar.
Atte, Un amigo sacerdote
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