PEREGRINO DE SANTIAGO

ALIENTOS PARA EL CAMINO

"Mi pasado Señor lo confío a tu misericordia,
mi presente a tu amor,
mi futuro a tu providencia"

viernes, 31 de julio de 2009

LA GLORIA DE DIOS


Compartamos un momento el significado de una palabra: GLORIA. ¿Qué nos viene a la mente al escucharla? Esta palabra nos indica algo valioso, de fama, sea una persona o una cosa; alguien que es importante por algo alcanzado o un lugar famoso; también es algo que da orgullo y placer, nos hace sentir bien; no faltarán quienes piensen en una persona en particular llamada: Gloria o que sólo piensen en los primeros versos del Himno Nacional.

Sin embargo, vamos al significa de esta palabra según la Biblia. Gloria, en un primer momento, más que indicar la fama de algo, indica su valor, su riqueza, tener Gloria es tener poder, bienes; pero nada de lo que se posee vale, si no es por tener la ‘gloria de Dios’; siendo así, la Gloria es la manifestación del poder, la majestad, el honor, la santidad de Dios. Por eso, como creyentes, hablamos de la Gloria del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo, comprendiéndola, por un lado, como el ambiente que los rodea, el Cielo dichoso, y por otro lado, el honor y reverencia que poseen y merece.

Cuando los ángeles anuncian a los pastores de Belén el nacimiento del Salvador, bajan en multitudes cantando ‘Gloria a Dios en el cielo…’, comunicando que en Jesucristo, la Gloria de Dios, el Cielo , su honor, poder, majestad, habían descendido a la tierra. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, nos muestra, nos hace ver la Gloria de Dios. Cada palabra y acción de Cristo Jesús son revelación de lo que Dios hace por el ser humano, lo que hace amorosamente por ti y por mí: cada parábola, cada milagro, cada mirada, cada peregrinación, cada perdón y tantas otras cosas que hizo Jesucristo son manifestación eficaz del paso de Dios entre nosotros.

Pero esta tarde, en torno a las 3:00, nos hemos congregado para ver y adorar la mayor GLORIA DE DIOS, QUE RESPLANDECE EN SU HIJO JESUCRISTO. En la Cruz brilla con todo su esplendor la Gloria del Salvador, todo el poder, todo el honor, todo el Amor del Dios Trinitario, ilumina al mundo y puede iluminar mi corazón, tú corazón, la vida de cada uno de nosotros.

Nosotros tendemos a buscar la ‘Gloria de Dios’ en cosas raras: riegos – piedras extrañas – colores – aromas, la buscamos en eventos poco comunes, sólo es ver las romerías en la Costa Atlántica por ejemplo, dizque por la aparición en un buñuelo, en una humedad, en una mancha y quién sabe en qué más cosas lo acomodarán. No quiero negar la bondad del Señor Jesús que en varias ocasiones ha mostrado eventos extraordinarios para llamarnos a creer y confiar más en Él; sin embargo el Crucificado es la mayor Gloria de Dios.

En este hombre que cuelga de la Cruz, nosotros los cristianos reconocemos a Dios que se entrega a la muerte para derramar su sangre preciosa, limpiándonos del pecado; Él soportó el castigo que nosotros merecíamos, pues era inocente; Él fue burlado y desfigurado, siendo nosotros los que debíamos pagar nuestros males cometidos; pero su amor divino es tan inmenso que no podía el Padre dejar a su criatura humana perdida en el mal, en la muerte y compadecido nos regala en su Hijo la limpieza de nuestros errores y faltas.

El amor de Dios no es una pasión desenfrenada e irracional como se desfigura hoy el amor; el amor de la Trinidad es MISERICORDIA, es rompimiento del corazón, que se quiebra para llenar de vida al hombre y a la mujer envilecidos, muertos por el pecado.

¿Qué debemos hacer ante la contemplación de la Gloria del Crucificado? Simplemente ADORAR, así lo haremos ahora, nos arrodillaremos ante la misericordia de Dios en la Cruz y besaremos devotamente su imagen, deseando ser sanados de nuestros orgullos y egoísmos, recibiendo el beso del crucificado que por mí murió, se entregó. Si vivimos, es por la misericordia de Dios, no porque seamos muy buenos, inteligentes o santos; vivimos porque tenemos un Padre que todavía nos espera y quiere abrazarnos desde la Cruz de su Hijo.

Que al iniciar hoy la novena a la Divina Misericordia y al vivir cada lunes el rezo al Señor de las Misericordias, deseemos y anhelemos en primera medida acoger tanto amor de Dios, que nuestra primera intención sea estrecharnos en el Corazón de Jesús, contemplar más claramente tanta bondad; llorar en abundancia nuestros pecados y lanzarnos a construir un mundo lleno de verdadero amor, de verdadera misericordia ante una sociedad superficial que quiere sólo gloria en el dinero, la belleza y el poder opresor… Deseemos la gloria del servicio, la sencillez, la paciencia; esa es la Gloria que salva, Gloria que brilla en Jesús Crucificado.

Recitemos pues, este bello poema-oración, contemplando la Gloria de Dios: NO ME MUEVE MI DIOS PARA QUERERTE EL CIELO QUE ME TIENES PROMETIDO…

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