PEREGRINO DE SANTIAGO

ALIENTOS PARA EL CAMINO

"Mi pasado Señor lo confío a tu misericordia,
mi presente a tu amor,
mi futuro a tu providencia"

sábado, 19 de noviembre de 2011

MATEO 25, 31 - 46
"Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron"


Esta pintura del sacerdote alemán Sieger Köder es una excelente representación del texto evangélico de Mateo 25; que al contemplarla, deseemos pedir más y más un corazón sensible y atento para reconocer a Jesús en los necesitados y sobre todo, a sentirnos profundamente llenos de los mismos sentimientos de Jesús, con el deseo de servir a los más pequeños, a los que se encuentren en necesidad.

Señor Jesús, danos en abundancia el don del Espíritu Santo para descubrir tu rostro en todos nuestros hermanos, muy especialmente en aquellos que se encuentran en necesidad, que requieran de nuestra ayuda... 
Haz crecer nuestro corazón para no dejemos que el orgullo y la vanidad nos separen de los demás, especialmente de los más pequeños

LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY


EL GOBIERNO DE DIOS
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
 
La definición del ser humano tiene gran complejidad de elementos, por ello no es posible adherirse a una sola concepción; eso sí, se ha caracterizado según la riqueza de elementos que lo conforman: razón – voluntad –sociabilidad – interioridad, etc. Dentro de su desarrollo social ha ido articulando diversas maneras de convivencia, que luego se han concretado en sistemas de gobierno con los cuales se dan las condiciones básicas para el compartir común, así podemos hablar de feudalismo – monarquía – democracia, etc. Como elemento común afirmamos que no todos los seres humanos realizan esta tarea de gobernar, la ejercen aquellos que tienen o se preparan con ciertas cualidades (liderazgo – iniciativa – emprendimiento) para tener una influencia entre un grupo humano y llevarlo a un objetivo común.
Detengámonos en la definición del gobierno monárquico:

La monarquía es una forma de gobierno de un Estado (aunque en muchas ocasiones es definida como forma de Estado en contraposición a la República) en la que la jefatura del Estado o cargo supremo es:
§  personal, y estrictamente unipersonal (en algunos casos históricos se han dado diarquías, triunviratos,tetrarquías, y en muchas ocasiones se establecen regencias formales en caso de minoría o incapacidad ovalimientos informales por propia voluntad).
§  vitalicia (en algunos casos históricos existieron magistraturas temporales con funciones similares, como ladictadura romana, y en muchos casos se produce la abdicación voluntaria o el derrocamiento o destronamientoforzoso, que puede o no ir acompañado del regicidio).
§  y designada según un orden hereditario (monarquía hereditaria), aunque en algunos casos se elige, bien por cooptación del propio monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva).
El término monarquía proviene del griego μονος (mónos): ‘uno’, y αρχειν (arjéin): ‘gobierno’, traducible por gobierno de uno solo. A ese único gobernante se le denomina monarca o rey (del latín rex) aunque las denominaciones utilizadas para este cargo y su tratamiento protocolario varían según la tradición local, la religión o la estructura jurídica o territorial del Gobierno. El Estado regido por un monarca también recibe el nombre de monarquía o reino. El poder del rey puede identificarse o no con la soberanía; ser absoluto o estar muy limitado (como es usual en la mayoría de los casos de las monarquías actuales, sometidas a regulación constitucional). (http://es.wikipedia.org/wiki/Monarquía-  Sep 6 de 2011)

La monarquía no debe ser comprendida en primera medida como pompa y lujo (palacios – coronas – fiestas), es un estilo de gobierno en el que uno (o una familia), tiene la responsabilidad del bienestar de otros y para ello se forman y preparan por generaciones; el bienestar del Rey es el bienestar del pueblo y a la inversa. Lastimosamente se llegaron a abusos que hicieron perder el horizonte del verdadero gobierno (realidad que acontece de otras maneras en las democracias).
Este acercamiento a la definición de monarquía es un punto de referencia importante para comprender desde nuestra experiencia humana el anuncio y establecimiento del REINO DE DIOS, que realizó nuestro Señor Jesucristo, dando cumplimiento a las promesas del Antiguo Testamento. Si en un primer momento se pudo ver la monarquía como una ofensa al gobierno absoluto de Dios N.S. sobre Israel (1Samuel 8), se va notando cómo su comprensión se va ubicando en la promesa mesiánica por la experiencia del reinado de David, rey ideal, fiel siervo del Señor Dios, y desde el que serán juzgados el resto de los reyes. El rey debía ser siempre un ‘siervo de Dios’, pues en su nombre habría de guiar por el mejor de los caminos al pueblo, no podía orientarlo según su criterio, como con el criterio divino, que encontraba una expresión magnífica en la Escritura. Leyendo los libros de los Reyes (también Crónicas) se notará que cada rey será enjuiciado según su obediencia o desobediencia a la voluntad divina, de la que los mismos profetas (p.e. Elías y Eliseo) eran ‘veedores’ e impulsores.
La predicación y el obrar de Jesús tienen como punto de referencia la instauración del Reino o Reinado de Dios, con esta óptica se han de comprender los Evangelios: Enseñanza (Parábolas) – Milagros – Pasión – Resurrección. La misión que la Iglesia realiza en el mundo es precisamente la de darle expansión a la obra del Reino iniciada por su Señor, hacer manifiesto el gobierno divino sobre todo, gobierno del que los discípulos son los primeros ciudadanos.
Desde este ángulo se puede ver el valor de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, con la que se concluye todo el año de celebraciones, somos invitados a adorar y contemplar a Nuestro Salvador como aquel que gobierna sobre el tiempo, el espacio, la historia y la vida personal; como aquel que sabe orientarnos y bajo su poder encontrar pleno bienestar. No es una fiesta de la exaltación superficial de Jesucristo, por vestirlo de corona, cetro y capa, como el reconocimiento consciente de que es nuestro guía y protector; como el verdadero Rey que no abusa del poder, sino que se pone a nuestro servicio para llenarnos de su vida como el Buen Pastor o la Vid Verdadera.
Esta gran fiesta fue promovida por el Papa Pío XI, con la carta encíclica QUAS PRIMAS, del 11 de diciembre 1925, al culminar el Año Santo. En dicha carta, el santo Padre comienza afirmando que las calamidades que sufría la humanidad (había terminado años antes la 1ª Guerra Mundial, no existía todavía el Estado del Vaticano) tenían como causa el ‘alejamiento de Jesucristo y su ley santísima’. Por otra parte, expresa que la Iglesia sigue ayudando en la propagación de este Reino:

Y así, mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios, sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra (n. 4)


Recuerda el Papa que el Concilio de Nicea (celebrado 16 siglos antes) afirmaba la dignidad real del Salvador y ello reafirma la motivación, siguiendo también peticiones de pastores y fieles, de introducir una fiesta en honor de Jesucristo Rey (n.5). Comienza el Pontífice a desarrollar el tema del título real de Jesucristo y la institución del culto a Cristo Rey:
I- La Realeza de Cristo (n. 6-12): Cristo es llamado Rey de forma metafórica por la eminencia de su persona sobre las cosas creadas (Inteligencia – Voluntad – Amor); pero recalca que lo posee en sentido propio y estricto, pues como hombre recibe todo honor y del Padre y como Dios es dominador sobre el universo (n.6). Esta realeza es afirmada en el Antiguo y Nuevo Testamento (n. 7-9), en la Liturgia (n. 10), fundada en la Unión Hipostática (Verdadero Dios y Verdadero Hombre) y en la Redención realizada (ns. 11-12).
II- Carácter de la realeza de Cristo (n. 13-19) : El Papa habla de una triple potestad: ‘redentiva’ – legislativa/judicial – ejecutiva (n. 13); también afirma un campo para el ejercicio de su realeza: en lo espiritual – en lo temporal – en los individuos y en la sociedad (n. 14-19). Afirmaciones interesantes de este apartado son: “Fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos”… “Desterrados Dios y Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido” (n. 16). Pío XI plantea las consecuencias prácticas, sobre todo para los gobernantes, si ejercen su autoridad movidos por la convicción que su tarea es don de Dios N.S. y en su nombre han de ejercerla.
III- La Fiesta de Jesucristo Rey (n. 20-35): Busca con este último apartado sustentar el valor, sentido y beneficio de la fiesta que desea introducir en el mundo católico: Propagar el conocimiento de la dignidad real de Jesucristo. La fiesta es así un gran momento de enseñanza (fe y celebración) y tiene más fuerza de penetración; así ha sucedido con las solemnidades de los misterios de la vida del Señor (Anunciación, Natividad, etc) o festividades en torno a los santos, mártires, Virgen María, etc. Todo ello para promover virtudes o rechazar herejías. La fuerte razón para establecer esta gran fiesta es hacer frente al laicismo que aparta a Dios N.S., y en concreto la fe cristiana, de la sociedad:
“Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad (n. 23)”… Trayendo consecuencias lamentables para la misma sociedad (discordia, corrupción, desunión, muerte) (n. 24).
En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad” (n. 25). Ya había elementos que impulsaban darle fuerza a esta festividad, p.e.: consagración de las naciones y familias al Sagrado Corazón de Jesús, frecuencia de los Congresos Eucarísticos con la especial adoración a Jesús Sacramentado (n. 26-27). La celebración del Año Santo 1925 es ocasión propicia para realizar la sentida súplica de instituir una fiesta propia en honor de Cristo como Rey de todo el género humano (n. 28). El Papa estableció la fiesta para ser celebrada el último Domingo de octubre, contribuyendo con ello a una mayor fuerza celebrativa, también porque en el calendario litúrgico entonces vigente se llegaba al culmen de las celebraciones; además pedía se hiciera en el mismo día la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón (n. 30-31).
El santo Padre termina afirmando la utilidad que espera se pueda obtener de este público homenaje de culto a Cristo Rey: para la Iglesia (libertad frente al poder civil, ella no puede depender del Estado para el ejercicio de su misión -n. 32), la sociedad civil (los gobernantes cristianos han de esforzarse por un coherente ejercicio de su autoridad recibida - n. 33) y los fieles (Que Cristo reine íntegramente en la vida de los creyentes, en todos sus espacios y proyectos - n. 34–35).

En todo este artículo se ha tenido como tema común Reino – Reinado – Rey desde la comprensión de un estilo de gobierno como lo es la monarquía, una mirada general al concepto desde la Escritura y la institucionalización de la Solemnidad de Cristo Rey a partir del documento del Papa Pío XI; con estos tres elementos se ha querido direccionar la atención hacia la comprensión más profunda de Nuestro Señor Jesucristo desde el perfil del Reino, mostrando su novedad y características especiales, como las consecuencias para la propia vida de creyentes. Espero que esta reflexión nos ayude al reconocimiento de la prioridad del Salvador en la vida de cada uno y el anhelo de que cada vez más su gobierno se extienda en todo el Universo, alcanzando así el bienestar total que todo el mundo desea.


NOVIEMBRE 20 - SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

NUESTRO GRAN REY


Estamos terminando nuestro año de celebraciones y hoy culminamos contemplando, en el último Domingo del Tiempo Ordinario, a Jesucristo, Rey del Universo.

La Palabra del Señor nos ha venido preparando para aprender cómo se ha de acoger siempre a Jesús, en especial sabiendo que retornará al Final de los Tiempos. Hemos de esperar a Jesús como las vírgenes prudentes, lleno nuestro corazón de profundo amor hacia Él; hemos de esperarlo como los siervos de los talentos, siendo responsables con nuestras tareas, dando lo mejor de nosotros siempre; en el Evangelio de hoy el Salvador nos insiste que su retorno implicará la confrontación con la experiencia de su amor entre los más pequeños, los más necesitados; así pues, HEMOS DE ESPERAR A JESÚS AMANDO A NUESTRO PRÓJIMO.

¿Podemos sintetizar en mensaje de la Palabra de estos Domingos? SÍ, en últimas es la explicitación del mandamiento nuevo: AMAR AL SEÑOR SOBRE TODAS LAS COSAS Y AL PRÓJIMO COMO A SÍ MISMO... LA MEJOR INVERSIÓN DE NUESTRO TRABAJO, DE NUESTROS ESFUERZOS, ES HACER EL BIEN, AYUDAR A QUE NUESTRA VIDA, LA DE NUESTRAS FAMILIAS, LA DE NUESTRA TIERRA SEA MUCHO MEJOR.

Por otra parte, de la Palabra de hoy vale la pena destacar la faceta profundamente amorosa del Salvador: 'cada vez que lo hicieron con uno de estos mis más pequeños hermanos, CONMIGO LO HICIERON'... ¿Quién es capaz de afirmar esto? Sólamente una persona que esté profundamente comprometida con otra, que la sienta profundamente suya, de tal manera que toda acción que con ella se haga es como si se le realizara al Amante, sea algo bueno o malo. Jesús está profundamente comprometido con los hermanos más pequeños, los más necesitados y esto cubre personas de muy diversas condiciones; consecuentemente hemos de aprender a servir como Jesús, atendiendo a los más pequeños y a la vez a sentirnos siempre pequeños ante Él, pues si nos sentimos muy grandes no estamos dejando que Él reine y gobierne en nuestras vidas.

Jesús quiere ser nuestro Pastor, esta es la mayor garantía para nuestro bienestar. Entreguémosle todo lo que somos y tenemos confiados en su Divivno Amor.


LITURGIA DE LA PALABRA

Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (34,11-12.15-17):

Así dice el Señor Dios: «Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas, siguiendo su rastro. Como sigue el pastor el rastro de su rebaño, cuando las ovejas se le dispersan, así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear –oráculo del Señor Dios–. Buscaré las ovejas perdidas, recogeré a las descarriadas; vendaré a las heridas; curaré a las enfermas: a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido. Y a vosotras, mis ovejas, así dice el Señor: Voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrio.»

Palabra de Dios
Salmo
Sal 22,1-2a.2b-3.5.6

R/.
 El Señor es mi pastor, nada me falta

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar. R/.

Me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre. R/.

Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta de san Pablo a los Corintios (15,20-26.28):

Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Y, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.

Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,31-46)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme." Entonces los justos le contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?" Y el rey les dirá: "Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis." Y entonces dirá a los de su izquierda: "Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?" Y él replicará: "Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo." Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Palabra del Señor

sábado, 12 de noviembre de 2011

SANTA ISABEL DE HUNGRÍA

S. S. Benedicto XVI
SANTA ISABEL DE HUNGRÍA
La autoridad es servicio
a la justicia y a la caridad
 
(Catequesis en la audiencia general
del miércoles 20 de octubre de 2010)






Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quiero hablaros de una de las mujeres del Medievo que ha suscitado mayor admiración; se trata de santa Isabel de Hungría, también llamada Isabel de Turingia.
Nació en 1207; los historiadores discuten sobre el lugar. Su padre era Andrés II, rico y poderoso rey de Hungría, el cual, para reforzar los vínculos políticos, se había casado con la condesa alemana Gertrudis de Andechs-Merano, hermana de santa Eduvigis, la cual era esposa del duque de Silesia. Isabel vivió en la corte húngara sólo los primeros cuatro años de su infancia, junto a una hermana y tres hermanos. Le gustaban los juegos, la música y la danza; rezaba con fidelidad sus oraciones y ya mostraba una atención especial por los pobres, a quienes ayudaba con una buena palabra o con un gesto afectuoso.

Su niñez feliz se interrumpió bruscamente cuando, de la lejana Turingia, llegaron unos caballeros para llevarla a su nueva sede en Alemania central. En efecto, según las costumbres de aquel tiempo, su padre había decidido que Isabel se convirtiera en princesa de Turingia. El landgrave o conde de aquella región era uno de los soberanos más ricos e influyentes de Europa a comienzos del siglo XIII, y su castillo era centro de magnificencia y de cultura. Pero detrás de las fiestas y de la aparente gloria se escondían las ambiciones de los príncipes feudales, con frecuencia en guerra entre sí y en conflicto con las autoridades reales e imperiales. En este contexto, el landgrave Hermann acogió de muy buen grado el noviazgo entre su hijo Luis y la princesa húngara. Isabel dejó su patria con una rica dote y un gran séquito, incluidas sus doncellas personales, dos de las cuales fueron amigas fieles hasta el final. Son ellas quienes nos han dejado valiosas informaciones sobre la infancia y la vida de la santa.

Tras un largo viaje llegaron a Eisenach, para subir después a la fortaleza de Wartburg, el recio castillo que domina la ciudad. Allí se celebró el compromiso entre Luis e Isabel. En los años sucesivos, mientras Luis aprendía el oficio de caballero, Isabel y sus compañeras estudiaban alemán, francés, latín, música, literatura y bordado. Pese a que el noviazgo se había decidido por motivos políticos, entre los dos jóvenes nació un amor sincero, animado por la fe y el deseo de hacer la voluntad de Dios. A la edad de 18 años, Luis, después de la muerte de su padre, comenzó a reinar en Turingia. Pero Isabel se convirtió en objeto de solapadas críticas, porque su modo de comportarse no correspondía a la vida de corte. Así, incluso la celebración del matrimonio no fue suntuosa y el dinero de los costes del banquete se dio en parte a los pobres.

En su profunda sensibilidad, Isabel veía las contradicciones entre la fe profesada y la práctica cristiana. No soportaba componendas. Una vez, entrando en la iglesia en la fiesta de la Asunción, se quitó la corona, la puso ante la cruz y permaneció postrada en el suelo con el rostro cubierto. Cuando su suegra la reprendió por ese gesto, ella respondió: «¿Cómo puedo yo, criatura miserable, seguir llevando una corona de dignidad terrena, cuando veo a mi Rey Jesucristo coronado de espinas?». Se comportaba con sus súbditos del mismo modo que se comportaba delante de Dios. En las Declaraciones de las cuatro doncellas encontramos este testimonio: «No consumía alimentos si antes no estaba segura de que provenían de las propiedades y de los legítimos bienes de su marido. En cambio, se abstenía de los bienes conseguidos ilícitamente, y se preocupaba incluso por indemnizar a aquellos que habían sufrido violencia» (nn. 25 y 37). Un verdadero ejemplo para todos aquellos que ocupan cargos de mando: el ejercicio de la autoridad, a todos los niveles, debe vivirse como un servicio a la justicia y a la caridad, en la búsqueda constante del bien común.


Isabel practicaba asiduamente las obras de misericordia: daba de beber y de comer a quien llamaba a su puerta, proporcionaba vestidos, pagaba las deudas, se hacía cargo de los enfermos y enterraba a los muertos. Bajando de su castillo, a menudo iba con sus doncellas a las casas de los pobres, les llevaba pan, carne, harina y otros alimentos. Entregaba los alimentos personalmente y controlaba con atención los vestidos y las camas de los pobres. Cuando refirieron este comportamiento a su marido, este no sólo no se disgustó, sino que respondió a los acusadores: «Mientras no me venda el castillo, me alegro». En este contexto se sitúa el milagro del pan transformado en rosas: mientras Isabel iba por la calle con su delantal lleno de pan para los pobres, se encontró con su marido que le preguntó qué llevaba. Ella abrió el delantal y, en lugar de pan, aparecieron magníficas rosas. Este símbolo de caridad está presente muchas veces en las representaciones de santa Isabel.

Su matrimonio fue profundamente feliz: Isabel ayudaba a su esposo a elevar sus cualidades humanas a nivel sobrenatural, y él, en cambio, protegía a su mujer en su generosidad hacia los pobres y en sus prácticas religiosas. Cada vez más admirado de la gran fe de su esposa, Luis, refiriéndose a su atención por los pobres, le dijo: «Querida Isabel, es a Cristo a quien has lavado, alimentado y cuidado». Un testimonio claro de cómo la fe y el amor a Dios y al prójimo refuerzan la vida familiar y hacen todavía más profunda la unión matrimonial.

La joven pareja encontró apoyo espiritual en los Frailes Menores [los franciscanos], que, desde 1222, se difundieron en Turingia. Entre ellos Isabel eligió a fray Rogelio (Rüdiger) como director espiritual. Cuando éste le contó la historia de la conversión del joven y rico comerciante Francisco de Asís, Isabel se entusiasmó todavía más en su camino de vida cristiana. Desde aquel momento, siguió con más decisión aún a Cristo pobre y crucificado, presente en los pobres. Incluso cuando nació su primer hijo, al que siguieron después otros dos, nuestra santa no abandonó nunca sus obras de caridad. Además ayudó a los Frailes Menores a construir un convento en Halberstadt, del cual fray Rogelio se convirtió en superior. La dirección espiritual de Isabel pasó, así, a Conrado de Marburgo.

Una dura prueba fue el adiós a su marido, a finales de junio de 1227 cuando Luis IV se unió a la cruzada del emperador Federico II, recordando a su esposa que se trataba de una tradición para los soberanos de Turingia. Isabel respondió: «No te retendré. He entregado toda mi persona a Dios y ahora también tengo que darte a ti». Sin embargo, la fiebre diezmó las tropas y Luis cayó enfermo y murió en Otranto, antes de embarcarse, en septiembre de 1227, a la edad de veintisiete años.

Isabel, al conocer la noticia, se afligió tanto que se retiró a la soledad, pero después, fortalecida por la oración y consolada por la esperanza de volver a verlo en el cielo, comenzó a interesarse de nuevo por los asuntos del reino. Pero la esperaba otra prueba: su cuñado usurpó el gobierno de Turingia, declarándose auténtico heredero de Luis y acusando a Isabel de ser una mujer devota incompetente para gobernar. La joven viuda, junto con sus tres hijos, fue expulsada del castillo de Wartburg y buscó un lugar donde refugiarse. Sólo dos de sus doncellas permanecieron a su lado, la acompañaron y confiaron a los tres hijos a los cuidados de los amigos de Luis. Peregrinando por las aldeas, Isabel trabajaba donde recibía acogida, asistía a los enfermos, hilaba y cosía.


Durante este calvario, soportado con gran fe, con paciencia y entrega a Dios, algunos parientes, que le seguían siendo fieles y consideraban ilegítimo el gobierno de su cuñado, rehabilitaron su nombre. Así Isabel, a principios de 1228, pudo recibir una renta apropiada para retirarse en el castillo de la familia en Marburgo, donde vivía también su director espiritual Conrado. Fue él quien refirió al Papa Gregorio IX el siguiente hecho: «El viernes santo de 1228, poniendo las manos sobre el altar de la capilla de su ciudad, Eisenach, donde había acogido a los Frailes Menores, en presencia de algunos frailes y familiares, Isabel renunció a su propia voluntad y a todas las vanidades del mundo. Quería renunciar también a todas las posesiones, pero yo la disuadí por amor de los pobres. Poco después construyó un hospital, recogió a enfermos e inválidos y sirvió en su propia mesa a los más miserables y desamparados. Al reprenderla yo por estas cosas, Isabel respondió que de los pobres recibía una gracia especial y humildad» (Epistula magistri Conradi, 14-17).

Podemos descubrir en esta afirmación una cierta experiencia mística parecida a la que vivió san Francisco: en efecto, el Poverello de Asís declaró en su Testamento que, sirviendo a los leprosos, lo que antes le resultaba amargo se transformó en dulzura del alma y del cuerpo (Test 1-3). Isabel pasó los últimos tres años de su vida en el hospital que ella misma había fundado, sirviendo a los enfermos, velando por los moribundos. Siempre trataba de realizar los servicios más humildes y los trabajos repugnantes. Se convirtió en lo que podríamos llamar una mujer consagrada en medio del mundo (soror in saeculo) y formó, con algunas de sus amigas, vestidas con hábitos grises, una comunidad religiosa. No es casualidad que sea patrona de la Tercera Orden Regular de San Francisco y de la Orden Franciscana Secular.

En noviembre de 1231 la atacaron fuertes fiebres. Cuando la noticia de su enfermedad se propagó, muchísima gente acudió a verla. Unos diez días después, pidió que se cerraran las puertas, para quedarse sola con Dios. En la noche del 17 de noviembre se durmió dulcemente en el Señor. Los testimonios de su santidad fueron tantos y tales que, sólo cuatro años más tarde, el Papa Gregorio IX la proclamó santa y, el mismo año, fue consagrada la hermosa iglesia construida en su honor en Marburgo.

Queridos hermanos y hermanas, en la figura de santa Isabel vemos que la fe y la amistad con Cristo crean el sentido de la justicia, de la igualdad de todos, de los derechos de los demás, y crean el amor, la caridad. Y de esta caridad nace también la esperanza, la certeza de que Cristo nos ama y de que el amor de Cristo nos espera y así nos hace capaces de imitar a Cristo y de ver a Cristo en los demás. Santa Isabel nos invita a redescubrir a Cristo, a amarlo, a tener fe y de este modo a encontrar la verdadera justicia y el amor, así como la alegría de que un día estaremos inmersos en el amor divino, en el gozo de la eternidad con Dios. Gracias.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, del 24-X-2010]


NOVIEMBRE 13 - DOMINGO 33 DEL TIEMPO ORDINARIO

ESPERANDO CON RESPONSABILIDAD

Vamos avanzando hacia la culminación del año litúrgico, la Palabra de Dios nos ayuda a reflexionar sobre algunos elementos de nuestra fe que es importante no dejar pasar por alto y se refieren a la comprensión y vivencia de los que llamamos 'FIN DEL MUNDO'.

La lectura del capítulo 25 del Evangelista san Mateo nos introducía en esta reflexión con la parábola de las Diez Vírgenes que aguardaban a su esposo, en síntesis, podemos decir que invitaba a la ESPERA AMOROSA del Señor. Continúa este capítulo con la parábola de los Talentos, se puede resumir como una invitación a la ESPERA RESPONSABLE del Señor.

¿Cómo hemos de esperar al Señor? Creo que esta es la pregunta más importante que hemos siempre de tener presente, pues el cuándo, el por qué, el modo del fin en cuanto tal no es competencia nuestra, inquietarnos por ello puede desenfocar las tareas primordiales que como discípulos de Jesucristo hemos de emprender.

Creo no nos es desconocida la parábola de este Domingo, un Patrón que parte y confía sus bienes a tres siervos para que negocien mientras él vuelve, 'a cada uno le dio según su capacidad'; no les regaló el dinero, que era abundante, aún para el que recibió sólo un talento (era mucho dinero), cada uno tenía la responsabilidad de hacer algo útil con lo que se le confió. Con el retorno del Amo, los dos primeros fueron reconocidos por su competencia, y más que todo por 'ser buenos y fieles', pudiendo compartir la intimidad con su Señor; es nefasto el fin del tercer siervo, 'malo, perezoso, inútil... lanzado a las tinieblas', es un fracaso total, nada aprovechó... Es un fin muy triste.

¿Cómo estoy aprovechando mi vida? ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Esta es una pregunta que puede resonar hoy, no podemos esperar el retorno de Jesús de modo inactivo, no podemos quedarnos quietos mientras vuelve como diciendo: 'El Señor va a arreglar todo esto y yo nada tengo que hacer'... Esa no es la actitud del creyente. Aguardamos a nuestro Buen Señor HACIENDO LO QUE NOS TOCA HACER Y MUY BIEN HECHO, no con mediocridad ni egoísmo, sino potenciando todo lo nuestro en beneficio personal y comunitario.

Quedémonos hoy con la pregunta: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? Y pidamos a Jesucristo nos infunda con fuerza la renovación del Espíritu Santo para hacer de nuestra existencia la mejor ofrenda, grata a sus ojos.


LITURGIA DE LA PALABRA

Primera lectura
Lectura del libro de los Proverbios (31,10-13.19-20.30-31):

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

Palabra de Dios
Salmo
Sal 127,1-2.3.4-5

R/.
Dichoso el que teme al Señor

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (5,1-6):

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas, Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,14-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

Palabra del Señor

lunes, 7 de noviembre de 2011

BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN - Fiesta de la Dedicaión

LA MADRE IGLESIA



Celebramos el 9 de noviembre la Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán, una de las Basílicas mayores de Roma, Catedral del Romano Pontífice y llamada 'Madre de todas las Iglesias de la ciudad y del mundo' católico.

No celebramos las piedras, el mármol labrado, los metales preciosos; el signo de la gran basílica nos remite al único Señor que ha constituido su Iglesia para prolongar su presencia en medio del mundo mientras retorna glorioso a gobernar sobre el universo.

Amar a Jesucristo implicará relacionarnos con su Esposa, la Iglesia, en ella encontramos su Palabra y su Obra, a pesar de sus constantes sombras, de sus manifiestos pecados, ella, que en últimas somos nosotros mismos, es muestra de la Misericordia Divina que se vale de nuestra pobre humanidad para manifestar su grandeza.

Vale la pena retomar ahora las palabras del Santo Padre Benedicto XVI cuando tomó posesión de su Catedral en el año 2005:

HOMILÍA DEL PAPA BENEDICTO XVI
EN LA MISA DE TOMA DE POSESIÓN DE SU CÁTEDRA

Basílica de San Juan de Letrán
Sábado 7 de mayo de 2005

Queridos padres cardenales;
amados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:


Este día, en el que por primera vez puedo tomar posesión de la cátedra del Obispo de Roma como Sucesor de Pedro, es el día en que en Italia la Iglesia celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. En el centro de este día encontramos a Cristo. Sólo gracias a él, gracias al misterio de su Ascensión, logramos también comprender el significado de la cátedra, que es, a su vez, el símbolo de la potestad y de la responsabilidad del obispo. ¿Qué nos quiere decir, entonces, la fiesta de la Ascensión del Señor? No quiere decirnos que el Señor se ha ido a un lugar alejado de los hombres y del mundo. La Ascensión de Cristo no es un viaje en el espacio hacia los astros más remotos; porque, en el fondo, también los astros están hechos de elementos físicos como la tierra. La Ascensión de Cristo significa que él ya no pertenece al mundo de la corrupción y de la muerte, que condiciona nuestra vida. Significa que él pertenece completamente a Dios. Él, el Hijo eterno, ha conducido nuestro ser humano a la presencia de Dios, ha llevado consigo la carne y la sangre en una forma transfigurada.

El hombre encuentra espacio en Dios; el ser humano ha sido introducido por Cristo en la vida misma de Dios. Y puesto que Dios abarca y sostiene todo el cosmos, la Ascensión del Señor significa que Cristo no se ha alejado de nosotros, sino que ahora, gracias a su estar con el Padre, está cerca de cada uno de nosotros, para siempre. Cada uno de nosotros puede tratarlo de tú; cada uno puede llamarlo. El Señor está siempre atento a nuestra voz. Nosotros podemos alejarnos de él interiormente. Podemos vivir dándole la espalda. Pero él nos espera siempre, y está siempre cerca de nosotros.

De las lecturas de la liturgia de hoy aprendemos también algo más sobre cómo el Señor realiza de forma concreta este estar cerca de nosotros. El Señor promete a los discípulos su Espíritu Santo.
La primera lectura, que acabamos de escuchar, nos dice que el Espíritu Santo será "fuerza" para los discípulos; el evangelio añade que nos guiará hasta la Verdad completa. Jesús dijo todo a sus discípulos, siendo él mismo la Palabra viva de Dios, y Dios no puede dar más de sí mismo.

En Jesús, Dios se nos ha dado totalmente a sí mismo, es decir, nos lo ha dado todo. Además de esto, o junto a esto, no puede haber ninguna otra revelación capaz de comunicar más o de completar, de algún modo, la revelación de Cristo. En él, en el Hijo, se nos ha dicho todo, se nos ha dado todo. Pero nuestra capacidad de comprender es limitada; por eso, la misión del Espíritu consiste en introducir a la Iglesia de modo siempre nuevo, de generación en generación, en la grandeza del misterio de Cristo.

El Espíritu no añade nada diverso o nada nuevo a Cristo; no existe -como dicen algunos- ninguna revelación pneumática junto a la de Cristo, ningún segundo nivel de Revelación. No: "recibirá de lo mío", dice Cristo en el evangelio (Jn 16, 14). Y del mismo modo que Cristo dice sólo lo que oye y recibe del Padre, así el Espíritu Santo es intérprete de Cristo. "Recibirá de lo mío". No nos conduce a otros lugares, lejanos de Cristo, sino que nos conduce cada vez más dentro de la luz de Cristo.
Por eso, la Revelación cristiana es, al mismo tiempo, siempre antigua y siempre nueva. Por eso, todo nos es dado siempre y ya. Al mismo tiempo, cada generación, en el inagotable encuentro con el Señor, encuentro mediado por el Espíritu Santo, capta siempre algo nuevo.

Así, el Espíritu Santo es la fuerza a través de la cual Cristo nos hace experimentar su cercanía. Pero la primera lectura hace también una segunda afirmación: seréis mis testigos. Cristo resucitado necesita testigos que se hayan encontrado con él, hombres que lo hayan conocido íntimamente a través de la fuerza del Espíritu Santo. Hombres que, habiendo estado con él, puedan dar testimonio de él. Así la Iglesia, la familia de Cristo, ha crecido desde "Jerusalén... hasta los confines de la tierra", como dice la lectura. A través de los testigos se ha construido la Iglesia, comenzando por Pedro y Pablo, y por los Doce, hasta todos los hombres y mujeres que, llenos de Cristo, a lo largo de los siglos han encendido y encenderán de modo siempre nuevo la llama de la fe. Todo cristiano, a su modo, puede y debe ser testigo del Señor resucitado. Al repasar los nombres de los santos podemos constatar que han sido, y siguen siendo, ante todo hombres sencillos, hombres de los que emanaba, y emana, una luz resplandeciente capaz de llevar a Cristo.

Pero esta sinfonía de testimonios también está dotada de una estructura bien definida: a los sucesores de los Apóstoles, es decir, a los obispos, les corresponde la responsabilidad pública de hacer que la red de estos testimonios permanezca en el tiempo. En el sacramento de la ordenación episcopal se les confiere la potestad y la gracia necesarias para este servicio.

En esta red de testimonios, al Sucesor de Pedro le compete una tarea especial. Pedro fue el primero que hizo, en nombre de los Apóstoles, la profesión de fe: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). Esta es la tarea de todos los sucesores de Pedro: ser el guía en la profesión de fe en Cristo, el Hijo de Dios vivo. La cátedra de Roma es, ante todo, cátedra de este credo. Desde lo alto de esta cátedra, el Obispo de Roma debe repetir constantemente: Dominus Iesus, "Jesús es el Señor", como escribió san Pablo en sus cartas a los Romanos (Rm 10, 9) y a los Corintios (1 Co 12, 3). A los Corintios, con particular énfasis, les dijo: "Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, (...) para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre; (...) y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1 Co 8, 5-6).

La cátedra de Pedro obliga a quienes son sus titulares a decir, como ya hizo san Pedro en un momento de crisis de los discípulos, cuando muchos querían irse: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn6, 68-69). Aquel que se sienta en la cátedra de Pedro debe recordar las palabras que el Señor dijo a Simón Pedro en la hora de la última Cena: "Y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32).

Aquel que es titular del ministerio petrino debe tener conciencia de que es un hombre frágil y débil, como son frágiles y débiles sus fuerzas, y necesita constantemente purificación y conversión. Pero debe tener también conciencia de que del Señor le viene la fuerza para confirmar a sus hermanos en la fe y mantenerlos unidos en la confesión de Cristo crucificado y resucitado.

En la primera carta de san Pablo a los Corintios encontramos la narración más antigua que tenemos de la resurrección. San Pablo la recogió fielmente de los testigos. Esa narración habla primero de la muerte del Señor por nuestros pecados, de su sepultura, de su resurrección, que tuvo lugar al tercer día, y después dice: "Cristo se apareció a Cefas y luego a los Doce..." (1 Co 15, 4). Así, una vez más, se resume el significado del mandato conferido a Pedro hasta el fin de los tiempos: ser testigo de Cristo resucitado.

El Obispo de Roma se sienta en su cátedra para dar testimonio de Cristo. Así, la cátedra es el símbolo de la potestas docendi, la potestad de enseñar, parte esencial del mandato de atar y desatar conferido por el Señor a Pedro y, después de él, a los Doce. En la Iglesia, la sagrada Escritura, cuya comprensión crece bajo la inspiración del Espíritu Santo, y el ministerio de la interpretación auténtica, conferido a los Apóstoles, se pertenecen uno al otro de modo indisoluble.

Cuando la sagrada Escritura se separa de la voz viva de la Iglesia, pasa a ser objeto de las disputas de los expertos. Ciertamente, todo lo que los expertos tienen que decirnos es importante y valioso; el trabajo de los sabios nos ayuda en gran medida a comprender el proceso vivo con el que ha crecido la Escritura y así apreciar su riqueza histórica. Pero la ciencia por sí sola no puede proporcionarnos una interpretación definitiva y vinculante; no está en condiciones de darnos, en la interpretación, la certeza con la que podamos vivir y por la que también podamos morir. Para esto es necesario un mandato más grande, que no puede brotar única y exclusivamente de las capacidades humanas. Para esto se necesita la voz de la Iglesia viva, la Iglesia encomendada a Pedro y al Colegio de los Apóstoles hasta el final de los tiempos.

Esta potestad de enseñanza asusta a muchos hombres, dentro y fuera de la Iglesia. Se preguntan si no constituye una amenaza para la libertad de conciencia, si no es una presunción contrapuesta a la libertad de pensamiento. No es así. El poder conferido por Cristo a Pedro y a sus sucesores es, en sentido absoluto, un mandato para servir. La potestad de enseñar, en la Iglesia, implica un compromiso al servicio de la obediencia a la fe.

El Papa no es un soberano absoluto, cuyo pensamiento y voluntad son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantía de la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino vincularse constantemente a sí mismo y la Iglesia a la obediencia a la Palabra de Dios, frente a todos los intentos de adaptación y alteración, así como frente a todo oportunismo.

Así lo hizo el Papa Juan Pablo II, cuando, ante todos los intentos, aparentemente benévolos con respecto al hombre, frente a las interpretaciones erróneas de la libertad, destacó de modo inequívoco la inviolabilidad del ser humano, la inviolabilidad de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural. La libertad de matar no es una verdadera libertad, sino una tiranía que reduce al ser humano a la esclavitud. El Papa es consciente de que, en sus grandes decisiones, está unido a la gran comunidad de la fe de todos los tiempos, a las interpretaciones vinculantes surgidas a lo largo del camino de peregrinación de la Iglesia. Así, su poder no está por encima, sino al servicio de la palabra de Dios, y tiene la responsabilidad de hacer que esta Palabra siga estando presente en su grandeza y resonando en su pureza, de modo que no la alteren los continuos cambios de las modas.

La cátedra es —digámoslo una vez más— símbolo de la potestad de enseñanza, que es una potestad de obediencia y de servicio, para que la palabra de Dios, ¡la verdad!, resplandezca entre nosotros, indicándonos el camino de la vida. Pero, hablando de la cátedra del Obispo de Roma, ¿cómo no recordar las palabras que san Ignacio de Antioquía escribió a los Romanos? Pedro, procedente de Antioquía, su primera sede, se dirigió a Roma, su sede definitiva. Una sede que se transformó en definitiva por el martirio con el que unió para siempre su sucesión a Roma. Ignacio, por su parte, siendo obispo de Antioquía, se dirigía a Roma para sufrir el martirio.

En su carta a los Romanos se refiere a la Iglesia de Roma como a "aquella que preside en el amor", expresión muy significativa. No sabemos con certeza qué es lo que pensaba realmente Ignacio al usar estas palabras. Pero, para la Iglesia antigua, la palabra amor, ágape, aludía al misterio de la Eucaristía. En este misterio, el amor de Cristo se hace siempre tangible en medio de nosotros. Aquí, él se entrega siempre de nuevo. Aquí, se hace traspasar el corazón siempre de nuevo; aquí, mantiene su promesa, la promesa según la cual, desde la cruz, atraería a todos a sí.

En la Eucaristía, nosotros aprendemos el amor de Cristo. Ha sido gracias a este centro y corazón, gracias a la Eucaristía, como los santos han vivido, llevando de modos y formas siempre nuevos el amor de Dios al mundo. Gracias a la Eucaristía, la Iglesia renace siempre de nuevo. La Iglesia es la red -la comunidad eucarística- en la que todos nosotros, al recibir al mismo Señor, nos transformamos en un solo cuerpo y abrazamos a todo el mundo.

En definitiva, presidir en la doctrina y presidir en el amor deben ser una sola cosa: toda la doctrina de la Iglesia, en resumidas cuentas, conduce al amor. Y la Eucaristía, como amor presente de Jesucristo, es el criterio de toda doctrina. Del amor dependen toda la Ley y los Profetas, dice el Señor (cf. Mt 22, 40). El amor es la Ley en su plenitud, escribió san Pablo a los Romanos (cf. Rm13, 10).

Queridos romanos, ahora soy vuestro Obispo. Gracias por vuestra generosidad, gracias por vuestra simpatía, gracias por vuestra paciencia conmigo. En cuanto católicos, todos somos, de algún modo, también romanos. Con las palabras del salmo 87, un himno de alabanza a Sión, madre de todos los pueblos, cantaba Israel y canta la Iglesia: "Se dirá de Sión: "Uno por uno todos han nacido en ella"..." (v. 5). De modo semejante, también nosotros podríamos decir: en cuanto católicos, todos hemos nacido, de algún modo, en Roma. Así, con todo mi corazón, quiero tratar de ser vuestro Obispo, el Obispo de Roma. Todos queremos tratar de ser cada vez más católicos, cada vez más hermanos y hermanas en la gran familia de Dios, la familia en la que no hay extranjeros.

Por último, quisiera dar las gracias de corazón al vicario para la diócesis de Roma, el querido cardenal Camillo Ruini, y también a los obispos auxiliares y a todos sus colaboradores. Doy las gracias de corazón a los párrocos, al clero de Roma y a todos los que, como fieles, contribuyen aquí en la construcción de la casa viva de Dios. Amén.

NOVIEMBRE 6 - DOMINGO 32 DEL TIEMPO ORDINARIO

SOBRE EL FIN DEL MUNDO

Con este título que puede leerse en varios sentidos y sentimientos quisiera recoger el mensaje de la Palabra para este Domingo 32. Vamos acercándonos al final de nuestro año de celebraciones y la Escritura nos invita a reflexionar sobre el sentido y el valor del FIN, desde la Revelación de Jesucristo.

La palabra FIN normalmente la tomamos con el significado de que 'todo se acabó', llegó a su destrucción, es un sentido más bien negativo el que tenemos presente; pero hay un sentido mucho más amplio y es el de 'cumplimiento-realización', el fin de algo indica que se ha alcanzado un objetivo, un deseo, siendo así es algo muy positivo. Ninguno aspira estar siempre estudiando, se desea el fin consiguiendo un título escolar-profesional; ninguno aspira trabajar sin un objetivo, se quiere comprar algo para mayor bienestar, se trabaja esmeradamente para obtener un día una pensión que disfrutar.

¿Cuál es el FIN del cristiano, del discípulo de Jesucristo? Nuestro FIN no es la muerte, es el ENCUENTRO PERSONAL CON JESUCRISTO Y EL PADRE EN EL AMOR DEL ESPÍRITU SANTO, la muerte es sólo el momento del cambio en la relación con ellos. Jesús nos enseña en el Evangelio de hoy que hemos de esperar este fin como personas que aman, así como las doncellas prudentes aguardaron a su amado esposo siendo precavidas. ¿Cómo esperar si no amas? Cuando esperas al amado alimentas esta espera con actitudes de piedad, de servicio, buscando no perder momento para gozar de su compañía, sabes dónde aguardarlo si tienes ocasión de aprovechar una cortica visita.

Si amo a Jesús desde mi vida terrena, cuánto he de disfrutarlo en la eternidad???? Si no lo aguardo y busco desde esta vida, qué aspiro encontrar después de la muerte???? Alimentemos desde ahora el deseo del Señor, el salmista nos invita a ello con fuerza: MI ALMA ESTÁ SEDIENTA DE TI, SEÑOR, DIOS MÍO.... Que podamos tener también los sentimiento de Santa Teresa de Ávila, ella cantaba: VIVO SIN VIVIR EN MÍ Y TAN ALTA VIDA ESPERO, QUE MUERO PORQUE NO MUERO... La Eucaristía es un momento grande para llenar nuestra lámpara de aceite mientras Jesús retorna, Él se quiso quedar con nosotros en el Santo Sacramento para darnos un adelanto de la Eternidad, aprovechemos esos momentos para gozar de su amor.


LITURGIA DE LA PALABRA

Lectura del libro de la Sabiduría (6,12-16):

La sabiduría es radiante e inmarcesible, la ven fácilmente los que la aman, y la encuentran los que la buscan; ella misma se da a conocer a los que la desean. Quien madruga por ella no se cansa: la encuentra sentada a la puerta. Meditar en ella es prudencia consumada, el que vela por ella pronto se ve libre de preocupaciones; ella misma va de un lado a otro buscando a los que la merecen; los aborda benigna por los caminos y les sale al paso en cada pensamiento.

Palabra de Dios


Salmo 62,2.3-4.5-6.7-8 
R/.
 Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío

Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, 
mi alma está sedienta de ti; 
mi carne tiene ansía de ti, 
como tierra reseca, agostada, sin agua. R/.

¡Cómo te contemplaba en el santuario 
viendo tu fuerza y tu gloria! 
Tu gracia vale más que la vida, 
te alabarán mis labios. R/.

Toda mi vida te bendeciré 
y alzaré las manos invocándote. 
Me saciaré como de enjundia y de manteca, 
y mis labios te alabarán jubilosos. R/.

En el lecho me acuerdo de ti 
y velando medito en ti, 
porque fuiste mi auxilio, 
y a la sombra de tus alas 
canto con júbilo. R/.


Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (4,13-17):

No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él. Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Mateo (25,1-13):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

Palabra del Señor