EL GOBIERNO DE DIOS
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO,
REY DEL UNIVERSO

La definición del
ser humano tiene gran complejidad de elementos, por ello no es posible
adherirse a una sola concepción; eso sí, se ha caracterizado según la riqueza
de elementos que lo conforman: razón – voluntad –sociabilidad – interioridad,
etc. Dentro de su desarrollo social ha ido articulando diversas maneras de
convivencia, que luego se han concretado en sistemas de gobierno con los cuales
se dan las condiciones básicas para el compartir común, así podemos hablar de
feudalismo – monarquía – democracia, etc. Como elemento común afirmamos que no
todos los seres humanos realizan esta tarea de gobernar, la ejercen aquellos
que tienen o se preparan con ciertas cualidades (liderazgo – iniciativa –
emprendimiento) para tener una influencia entre un grupo humano y llevarlo a un
objetivo común.
Detengámonos en la
definición del gobierno monárquico:
La monarquía es una forma de gobierno de un Estado (aunque en muchas ocasiones es definida como forma de Estado en contraposición
a la República) en la que la jefatura del Estado o cargo
supremo es:
§ personal, y estrictamente
unipersonal (en algunos casos históricos se han dado diarquías, triunviratos,tetrarquías, y en muchas ocasiones se
establecen regencias formales en
caso de minoría o incapacidad ovalimientos informales por propia voluntad).
§ vitalicia (en algunos casos
históricos existieron magistraturas temporales con
funciones similares, como ladictadura romana, y en muchos casos se produce la abdicación voluntaria o
el derrocamiento o destronamientoforzoso, que
puede o no ir acompañado del regicidio).
§ y designada según un orden hereditario (monarquía hereditaria), aunque en algunos casos
se elige, bien por cooptación del
propio monarca, bien por un grupo selecto (monarquía electiva).
El término monarquía proviene del griego μονος (mónos): ‘uno’, y αρχειν (arjéin): ‘gobierno’, traducible por gobierno
de uno solo. A ese único gobernante
se le denomina monarca o rey
(del latín rex) aunque las denominaciones utilizadas para este cargo
y su tratamiento protocolario varían según la tradición local, la religión o la
estructura jurídica o territorial del Gobierno. El Estado regido por un monarca
también recibe el nombre de monarquía o reino. El poder del rey puede identificarse o no con la soberanía; ser absoluto o estar muy
limitado (como es usual en la mayoría de los casos de las monarquías actuales,
sometidas a regulación constitucional). (http://es.wikipedia.org/wiki/Monarquía- Sep 6 de 2011)
La monarquía no
debe ser comprendida en primera medida como pompa y lujo (palacios – coronas –
fiestas), es un estilo de gobierno en el que uno (o una familia), tiene la
responsabilidad del bienestar de otros y para ello se forman y preparan por
generaciones; el bienestar del Rey es el bienestar del pueblo y a la inversa.
Lastimosamente se llegaron a abusos que hicieron perder el horizonte del
verdadero gobierno (realidad que acontece de otras maneras en las democracias).
Este acercamiento
a la definición de monarquía es un punto de referencia importante para
comprender desde nuestra experiencia humana el anuncio y establecimiento del
REINO DE DIOS, que realizó nuestro Señor Jesucristo, dando cumplimiento a las
promesas del Antiguo Testamento. Si en un primer momento se pudo ver la
monarquía como una ofensa al gobierno absoluto de Dios N.S. sobre Israel
(1Samuel 8), se va notando cómo su comprensión se va ubicando en la promesa
mesiánica por la experiencia del reinado de David, rey ideal, fiel siervo del
Señor Dios, y desde el que serán juzgados el resto de los reyes. El rey debía
ser siempre un ‘siervo de Dios’, pues en su nombre habría de guiar por el mejor
de los caminos al pueblo, no podía orientarlo según su criterio, como con el
criterio divino, que encontraba una expresión magnífica en la Escritura.
Leyendo los libros de los Reyes (también Crónicas) se notará que cada rey será
enjuiciado según su obediencia o desobediencia a la voluntad divina, de la que
los mismos profetas (p.e. Elías y Eliseo) eran ‘veedores’ e impulsores.
La predicación y
el obrar de Jesús tienen como punto de referencia la instauración del Reino o
Reinado de Dios, con esta óptica se han de comprender los Evangelios: Enseñanza
(Parábolas) – Milagros – Pasión – Resurrección. La misión que la Iglesia
realiza en el mundo es precisamente la de darle expansión a la obra del Reino
iniciada por su Señor, hacer manifiesto el gobierno divino sobre todo, gobierno
del que los discípulos son los primeros ciudadanos.
Desde este ángulo
se puede ver el valor de la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, con la
que se concluye todo el año de celebraciones, somos invitados a adorar y
contemplar a Nuestro Salvador como aquel que gobierna sobre el tiempo, el
espacio, la historia y la vida personal; como aquel que sabe orientarnos y bajo
su poder encontrar pleno bienestar. No es una fiesta de la exaltación
superficial de Jesucristo, por vestirlo de corona, cetro y capa, como el
reconocimiento consciente de que es nuestro guía y protector; como el verdadero
Rey que no abusa del poder, sino que se pone a nuestro servicio para llenarnos
de su vida como el Buen Pastor o la Vid Verdadera.
Esta gran fiesta
fue promovida por el Papa Pío XI, con la carta encíclica QUAS PRIMAS, del 11 de
diciembre 1925, al culminar el Año Santo. En dicha carta, el santo Padre
comienza afirmando que las calamidades que sufría la humanidad (había terminado
años antes la 1ª Guerra Mundial, no existía todavía el Estado del Vaticano)
tenían como causa el ‘alejamiento de Jesucristo
y su ley santísima’. Por otra parte, expresa que la Iglesia sigue ayudando
en la propagación de este Reino:
Y así,
mientras los hombres y las naciones, alejados de Dios, corren a la ruina y a la
muerte por entre incendios de odios y luchas fratricidas, la Iglesia de Dios,
sin dejar nunca de ofrecer a los hombres el sustento espiritual, engendra y
forma nuevas generaciones de santos y de santas para Cristo, el cual no cesa de
levantar hasta la eterna bienaventuranza del reino celestial a cuantos le
obedecieron y sirvieron fidelísimamente en el reino de la tierra (n. 4)

Recuerda el Papa
que el Concilio de Nicea (celebrado 16 siglos antes) afirmaba la dignidad real
del Salvador y ello reafirma la motivación, siguiendo también peticiones de
pastores y fieles, de introducir una fiesta en honor de Jesucristo Rey (n.5).
Comienza el Pontífice a desarrollar el tema del título real de Jesucristo y la
institución del culto a Cristo Rey:
I- La Realeza de Cristo (n. 6-12): Cristo
es llamado Rey de forma metafórica por la eminencia de su persona sobre las
cosas creadas (Inteligencia – Voluntad – Amor); pero recalca que lo posee en
sentido propio y estricto, pues como hombre recibe todo honor y del Padre y
como Dios es dominador sobre el universo (n.6). Esta realeza es afirmada en el
Antiguo y Nuevo Testamento (n. 7-9), en la Liturgia (n. 10), fundada en la
Unión Hipostática (Verdadero Dios y Verdadero Hombre) y en la Redención
realizada (ns. 11-12).
II- Carácter de la realeza de Cristo (n. 13-19) : El Papa habla de una triple
potestad: ‘redentiva’ – legislativa/judicial – ejecutiva (n. 13); también
afirma un campo para el ejercicio de su realeza: en lo espiritual – en lo
temporal – en los individuos y en la sociedad (n. 14-19). Afirmaciones
interesantes de este apartado son: “Fuera de Él no hay que buscar la
salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo
del cielo por el cual debamos salvarnos”… “Desterrados Dios y
Jesucristo -lamentábamos- de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y
derivada la autoridad, no de Dios, sino de los hombres, ha sucedido que...
hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado arrancados, una vez
suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de mandar y otros la
obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse una violenta
conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y fundamento sólido”
(n. 16).
Pío XI plantea las consecuencias prácticas, sobre todo para los gobernantes, si
ejercen su autoridad movidos por la convicción que su tarea es don de Dios N.S.
y en su nombre han de ejercerla.
III- La Fiesta de Jesucristo Rey (n. 20-35): Busca con este último
apartado sustentar el valor, sentido y beneficio de la fiesta que desea
introducir en el mundo católico: Propagar el conocimiento de la dignidad
real de Jesucristo. La fiesta es así un gran momento de enseñanza (fe y
celebración) y tiene más fuerza de penetración; así ha sucedido con las
solemnidades de los misterios de la vida del Señor (Anunciación, Natividad,
etc) o festividades en torno a los santos, mártires, Virgen María, etc. Todo
ello para promover virtudes o rechazar herejías. La fuerte razón para
establecer esta gran fiesta es hacer frente al laicismo que aparta a Dios N.S.,
y en concreto la fe cristiana, de la sociedad:
“Y si
ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo,
con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y
pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana
sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus
errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal
impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en
las entrañas de la sociedad (n. 23)”… Trayendo consecuencias lamentables para la misma sociedad (discordia,
corrupción, desunión, muerte) (n. 24).
“En verdad: cuanto más se oprime
con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones
internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor
publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad” (n.
25). Ya había elementos que impulsaban darle fuerza a esta festividad, p.e.:
consagración de las naciones y familias al Sagrado Corazón de Jesús, frecuencia
de los Congresos Eucarísticos con la especial adoración a Jesús Sacramentado
(n. 26-27). La celebración del Año Santo 1925 es ocasión propicia para realizar
la sentida súplica de instituir una fiesta propia en honor de Cristo como Rey
de todo el género humano (n. 28). El Papa estableció la fiesta para ser
celebrada el último Domingo de octubre, contribuyendo con ello a una mayor
fuerza celebrativa, también porque en el calendario litúrgico entonces vigente
se llegaba al culmen de las celebraciones; además pedía se hiciera en el mismo
día la consagración de la humanidad al Sagrado Corazón (n. 30-31).
El santo Padre termina afirmando la utilidad que espera se pueda obtener
de este público homenaje de culto a Cristo Rey: para la Iglesia (libertad
frente al poder civil, ella no puede depender del Estado para el ejercicio de
su misión -n. 32), la sociedad civil (los gobernantes cristianos han de
esforzarse por un coherente ejercicio de su autoridad recibida - n. 33) y los
fieles (Que Cristo reine íntegramente en la vida de los creyentes, en todos sus
espacios y proyectos - n. 34–35).

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